Por Jaime Restrepo Vásquez
La palabra desmoralización es asumida, con frecuencia, como la intención manifiesta de desalentar a un individuo o a una institución. Sin embargo, la realidad es que su primer y más importante significado es corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas.
Así las cosas, asumamos de una vez por todas que la
intención plena del gobierno Petro es desmoralizar todas las instituciones y a
toda la sociedad con sus vergonzosas costumbres, con comportamientos amorales cotidianos y con una
actitud desafiante y prepotente que no se había visto por estas tierras.
Dos ejemplos de ministros desmoralizadores son Armando
Benedetti y José Daniel Rojas Medellín, ambos encumbrados en la cima del poder
gracias a su obsequioso servilismo con el caudillo en la Presidencia.
De Armando Benedetti es mucho lo que se podría decir,
pero el último suceso vergonzoso en su larga lista de desatinos amorales lo
retrata de cuerpo entero. Un sujeto que no es capaz de controlar sus instintos
primitivos de ira y violencia, y que se desgaja en falacias ad hominem y
calumnias contra la magistrada Cristina Lombana simplemente por cumplir con su
deber y avanzar en uno de los múltiples procesos judiciales que cursan en
contra del atarván, solo demuestra la catadura de un personaje que participa con entusiasmo y convicción en la misión desmoralizadora de Petro.
Benedetti siempre ha sido una incomodidad manifiesta.
Desde los tiempos de Uribe, cuando fue reelegido, el hampón salió a pedir la
reconfiguración inmediata del gabinete, porque él tenía derecho como supuesto
ganador, a diferentes cuotas en el gobierno del ahora expresidente. Tiempo
después, en una entrevista, se proclamó chavista, como su padre, y ha defendido
en varias oportunidades al tirano de Miraflores.
En la lista de desmoralizadores no podía faltar Daniel
Rojas, el patán que dice ser ministro de Educación y cuya lista de groserías demuestra la incapacidad de los miembros de este gobierno para sostener algún
debate con altura y categoría, no porque no quieran, sino porque no pueden dar
más de lo que son.
La lista de ministros vergonzosos es larga: María
Fernanda Rojas, por ejemplo, en su época de activista de izquierda radical,
amenazaba vía Twitter, con golpes y agresiones, a todo aquel que la
contradijera, porque ese siempre ha sido su talante.
¿Y qué decir del ministro de Salud Guillermo Jaramillo?
Un arrogante mediocre que no tiene impedimento para insultar, con palabras de
grueso calibre, a quien se oponga a sus designios monárquicos, como ocurrió hace
algunos meses con la
gerente de un hospital en el Meta.
La realidad es que todo el gobierno Petro, comenzando por
el tirano mayor y siguiendo con los atarvanes soberbios que ocupan algún
ministerio, contribuyen con la aplicación del libreto de desmoralización
que quieren imponer en toda Colombia, sometiendo a las instituciones y
ciudadanos a padecer las agresiones y la patanería feroz como única fórmula de
gobierno.
Seamos claros: ellos quieren destruir la
institucionalidad a partir de la corrupción de las costumbres, de los
comportamientos altamente nocivos y vulgares y de la aplicación de ideas
malignas y destructivas que son, en últimas, las que han defendido durante sus
vidas más que depravadas.
Colombia, el país gobernado por gente que da vergüenza.

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