LA CATÁSTROFE DEL CENTRO DEMOCRÁTICO

 


Por Jaime Restrepo Vásquez

Algunos maliciosos dirán que los astros se alinearon para destruir la vocación de poder del Centro Democrático. Sin embargo, la explicación no está en los cuerpos celestes. En realidad, es mucho más mundana: es un asunto de caudillismo extremo.

Comencemos por decir que la catástrofe que está viviendo el Centro Democrático comenzó mucho antes del 7 de junio —día del atentado contra Miguel Uribe Turbay—. De hecho, inició con una decisión que muy pocos conocimos de primera mano: que el candidato a la presidencia por el partido sería justamente Uribe Turbay, pasando por encima, otra vez, de María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Paola Holguín.

Lo anterior debió generar inconformidades e intentos de ruptura: ¿para qué seguir en una campaña que ya tenía al ganador establecido? Era absurdo que Cabal, Holguín, Valencia y Guerra siguieran aparentando participar en la competencia cuando en realidad, como siempre ha pasado en el Centro Democrático, sería el propio Uribe Vélez el que escogería otra vez al candidato, sin importarle lo que pensaran las bases del partido.

Esta situación, además, mostraba que el expresidente no había aprendido nada y que esos candidatos que saca del cubilete terminan siendo aparentes traidores como Juan Manuel Santos, o corruptos dispuestos a todo como Oscar Iván Zuluaga o sujetos pusilánimes como Iván Duque Márquez. Evidentemente, Uribe no tiene buen ojo para elegir a los que quiere que recojan sus banderas y eso rompe cualquier posibilidad de concertación en el CD.

Con el atentado al ungido de Uribe, la catástrofe comenzó a concretarse, pues el duro golpe les resultó difícil de asimilar a los demás precandidatos. Sin embargo, pasaron las semanas y poco a poco comenzaron a retomar sus campañas, aunque sin los mismos bríos que habían mostrado antes.

Luego, el fallecimiento de Uribe Turbay fue otro mazazo que siguió debilitando los cimientos del partido. Para las bases ciudadanas, la única lógica posible era que continuaran en carrera los cuatro precandidatos de las entrañas uribistas. Sin embargo, para Uribe Vélez la cosa no estaba clara y logró, como la única voz y el único voto válido en el CD, imponer a Miguel Uribe Londoño como el quinto precandidato del partido.

¿A quién se le ocurre poner como aspirante de la presunta derecha a alguien que votó por Gustavo Petro a la Alcaldía de Bogotá? Pues a Uribe Vélez, quien una vez más impuso su voluntad por encima de las bases y de los dirigentes que integran el partido. Es más: la decisión no cayó bien en el electorado, ni mucho menos en los demás precandidatos que aceptaron, a regañadientes, la decisión dictatorial del expresidente.

En medio de semejante cantidad de arbitrariedades y malas decisiones, solo faltaba la cereza en el pastel: las precandidatas del CD María Fernanda Cabal y Paloma Valencia decidieron abstenerse de votar el referendo por la autonomía fiscal de las regiones, una iniciativa que lideró el gobernador de Antioquia Andrés Julián Rendón, y que obtuvo el aval de más de dos millones de ciudadanos.

Esta situación causó sorpresa e indignación en el electorado, pues nadie entendió la decisión de ambas senadoras teniendo en cuenta que el referendo fue impulsado en Antioquia, que es el fortín electoral del Centro Democrático, y que fue el entusiasmo de Rendón, gobernador que representa a ese partido, el que le dio confianza a la ciudadanía para respaldar con su firma la convocatoria.

Semejante cúmulo de errores, a menos de seis meses de las elecciones legislativas y a ocho meses de la primera vuelta presidencial, despierta suspicacias sobre la realidad de la oposición que dice liderar el Centro Democrático, pues pareciera que el partido de Uribe es similar a la oposición venezolana —con excepción de María Corina Machado— y que siguen con el embeleco de la «alta política» que no es otra cosa que decisiones disparatadas para cuidar intereses y feudos.

No recuerdo haber visto que un partido político se sepultara a sí mismo, y con una lápida tan menesterosa, justo en la antesala de unas elecciones, pues lo que hicieron desde el atentado contra Miguel Uribe hasta la fecha fue garantizarle a Abelardo de la Espriella una candidatura presidencial sin oponentes, salvo la rebelde Vicky Dávila.

Ni hablar de las legislativas, en donde podrían quedar sepultados dos hombres brillantes y honrados, Hernán Cadavid y Juan Espinal, pues por lo menos en Antioquia, hoy por hoy casi nadie quiere que le mencionen siquiera al Centro Democrático. Ya lo dijo Jaime Ruiz hace años: «hay que desuribizar al uribismo».

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