Por Eduardo Mackenzie
Para polemizar, no le queda a Petro más recurso que mentir. Su insólita y envidiosa diatriba contra la líder venezolana María Corina Machado, premio Nobel de la Paz 2025, comienza con un gran embuste: “Yo no apoyo a [Nicolás] Maduro”. Claro, no lo apoya en público, pero en privado lo hace y hasta le propone la fórmula más lunática de todo vendepatria: ceder las fuerzas militares y de policía de Colombia a los bonzos de Caracas para enfrentar al complejo militar industrial de Estados Unidos y hasta al ejército de Israel en Gaza.
Obviamente, la carta de Petro, que la prensa califica torpemente de “alocución” y de “crítica”, hilvana una serie adicional de patrañas, algunas muy recalentadas: Venezuela no produce ni deja transitar cocaína ni fentanilo por su territorio, substancias que pasan allí sólo “marginalmente”, y que Trump utiliza ese vil pretexto para “invadir al Caribe” y desmantelar el noble gobierno de Maduro. Petro cita enseguida a tres verdugos comunistas del pueblo vietnamita, Ho Chi Minh, Le Duc Tho y Nguyen Giap, a quienes él pinta como luminarias de la humanidad y, sobre todo, grandes “dialécticos” (¿Cómo Stalin, Pol Pot y Fidel Castro?).
En cuanto a sus obsesiones neuróticas más recientes, el presidente colombiano no podía abstenerse de incluir al presidente de Estados Unidos ni al primer ministro israelí a quienes él califica de “discípulos de Hitler”. Así es como nos enteramos de que esas dos democracias ejemplares son, en realidad, ¡regímenes fascistas!
Petro tiene razones para odiar a María Corina Machado: es una mujer católica practicante, conservadora y antiwoke. Ella marcha a la vanguardia de todas las manifestaciones contra la dictadura y regresa a la clandestinidad al caer la noche antes de que la policía especial de la dictadura la capture o la asesine. Fue diputada e iba a ser la candidata de las mayorías hasta que Maduro le ordenara a un tribunal de bolsillo que la declarara inelegible por “corrupción y traición”. ¿Cómo no podría odiar Petro a esa madre coraje? Por su combate, ella no puede ver, desde 2015, a sus hijos que viven en Estados Unidos y España.
En la histórica manifestación del 30 de julio de 2024, ella logró que la temible Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que apuntaba contra ella sus fusiles, retrocediera. En medio del tumulto, ella les dijo: “Déjennos pasar, abandonen sus armas, pasen a nuestro lado. Hay hambre en los hogares y hasta en los cuarteles ustedes no tienen armas. En nombre de Dios, los conjuro. Esta lucha es para salvar a nuestra Venezuela”. Las imágenes captadas en ese instante son irrecusables: “La soldadesca terminó por retroceder y La Libertadora abrió el camino en una secuencia casi bíblica”, comentó un semanario francés.
Esa es la mujer que Petro detesta. María Corina fue la bestia negra de Hugo Chávez, a quien ella fue capaz de decirle que era un ladrón: “Expropiar es robar, señor presidente”.
Sobre todo: María Corina Machado es el ejemplo de lo que es una luchadora de la libertad: lo contrario de los vándalos de izquierda que, protegidos por el anonimato, por un gobierno cómplice y por una justicia bajo influencia, usan la violencia en todas sus formas para conquistar un poder que no puede ser sino dictatorial e irracional. En cambio, ella pone en juego su vida por la libertad y el bien común. ¿Qué tal que ese ejemplo inspire a los petristas que comienzan a dudar de estar en el campo del bien?
Es obvio que en tales circunstancias el esfuerzo de Petro será vano. Convencer a sus seguidores de que María Corina Machado no es digna del premio Nobel, y de que Venezuela es “un Caribe en paz”, se esfumará gracias a la gran admiración popular que suscita en Colombia y en el mundo, desde hace años, la lucha contra la dictadura venezolana. Petro, en cambio, elogió al cobarde expresidente que se arrodilló ante las FARC en encierros en La Habana, al margen de todo control democrático colombiano.
En la carta a María Corina Machado, como en sus discursos, Petro no hace más que recitar los elementos de lenguaje de Hamás, organización terrorista que desató, con la masacre del 7 de octubre de 2023, la guerra que hoy vive la franja de Gaza. El pogrom de ese día, el mayor que haya sufrido el pueblo judío desde el fin de la Shoah, mató a 1.200 personas y secuestró a cerca de 250 personas más, entre ellos, mujeres, jóvenes y bebés. Ese acto criminal fue justificado por Hamás con sus consignas habituales: Israel es un Estado fascista que hay que borrar del mapa, “desde el Jordán hasta el Mediterráneo”. Petro todavía no ha condenado la matanza del 7 de octubre. En cambio, difunde la propaganda de Hamas cuando retoma las cifras que inventa Hamas sobre el “genocidio” en Gaza: “70.000 muertos, entre ellos 20.000 niños y niñas y 200.000 heridos”.
Petro insultó hasta al mismo Comité Nobel de la Paz (que él llama despectivamente “la gente de Noruega”). Lo acusa de propiciar la “barbarie y [la] guerra”, no la paz.
En realidad, la carta de Petro no contiene críticas fundadas contra María Corina. Petro le hizo un favor al recordar que ella le escribió una carta en 2018 a Benjamín Netanyahu y a Mauricio Macri. La líder opositora les pide ayuda para “avanzar en el desmonte del régimen criminal venezolano, íntimamente ligado al narcotráfico y al terrorismo”.
“Lo que no entiendo y quiero que me explique, escribe Petro, es ¿por qué usted solicita ayuda a un criminal contra la humanidad, con orden de captura internacional, para llevar democracia a Venezuela? ¿Qué significa que busqué (sic) usted apoyó al único presidente latinoamericano que apoyó el genocidio y al genocida?”.
La explicación cae de su peso: Netanyahu no es criminal. Petro cree que su pasión antisemita puede dictar quién es inocente y quien no. Netanyahu es el líder combatiente de la única democracia de Medio Oriente, asediada por Irán, por el terrorismo palestino y el yihadismo islámico. Khomeyni describió, como otros, el instrumento de ese sistema de pensamiento al escribir en 1942: “El bien no existe sino gracias a la espada y a la sombra de la espada”.
Aunque le moleste a Petro, el primer ministro israelí no ha sido condenado por ningún tribunal. Mauricio Macri tampoco apoya “el genocidio” pues él distingue, como todo el mundo, entre los dolorosos y vastos estragos que deja toda guerra, que todos lamentamos, y un genocidio: la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Lo que sale de la boca de Gustavo Petro es, pues, exageración y labia para gente ignorante.
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