MIJO, USTED NO ES AURELIANO SINO ARCADIO BUENDÍA

 


Por Álvaro Ramírez Bonilla

El Delirio del Coronel y la Tiranía del Sobrino

A Gustavo Petro, en sus delirios y alucinaciones, le fascina creerse el coronel Aureliano Buendía. Ese revolucionario sin descanso, condenado a la épica de la derrota. Un quijote que libra 32 guerras en las que logra solo sangre y, al final, se retira a fundir pescaditos de oro, vencido por la inutilidad del combate. Petro lo recuerda en X, lo dice en cada tarima, en cada Consejo de Ministros. Si Hugo Chávez se apropió de Bolívar, Petro ha secuestrado a Aureliano.

Pero el desquiciado que hoy preside el país no le llega ni a los tobillos al Coronel. Ni siquiera en su etapa guerrillera logró la gesta mítica que ahora invoca. Su única arma constante es la lengua, con la que dispara su malestar interior hacia todos los frentes, buscando convertir al país en el gran reflejo de su oscura alma: Colombia, la potencia mundial de la envidia.

La verdad, sin embargo, es que el personaje de Cien años de soledad al que se parece es a Arcadio Buendía. No el ideólogo, sino el sobrino impulsivo al que Aureliano deja encargado de Macondo mientras él está en sus guerras. Un tipo al que el poder le queda grande, una camisa de fuerza que revienta para imponer sus caprichos usando la fuerza.

La Embriaguez del "Rigor Innecesario"

La gestión de Petro no es una administración, es una exhibición de embriaguez de poder. Cada día vivimos una cascada de decisiones rápidas, a menudo contradictorias o revocadas, que priorizan el golpe de efecto sobre la viabilidad institucional. El poder no se usa para construir una nación; se usa para demostrar que se tiene, sin importar si la estructura del Estado aguanta el pulso.

Arcadio se corrompe en el instante mismo en que asume el mando. Su tiranía se resume en el concepto literario de “rigor innecesario": se convierte en el gobernante más cruel de Macondo, no por doctrina, sino por arbitrariedad y capricho personal.

Ruptura de Contrapesos: Arcadio cerró la iglesia y encarceló al corregidor para eliminar todo contrapeso. Petro calca la estrategia: usa el "balcón" para señalar enemigos (internos y externos), pelea con Estados Unidos, con Israel, con los "blanquitos", los brayans, la oposición, e incluso con los de su propio gobierno. *Presiona a las instituciones* (la Fiscalía, el Banco de la República, el Congreso) que no se pliegan a su voluntad. En ambos casos, el poder se ejerce a través de la ruptura violenta de los equilibrios sociales e institucionales.

La locura que Petro hereda de Arcadio es la locura del hombre que no distingue entre su voluntad y la ley. Para Arcadio, su palabra era el edicto supremo; para Petro, la Constitución parece ser un texto flexible, maleable al vaivén de su estado de ánimo.

El riesgo para Colombia no es que Petro quiera cambiar el país, el riesgo es que lo haga bajo ese mismo "rigor innecesario": un uso volátil y personalista del poder que, si bien se disfraza de "lucha por un ideal", termina convertido en una tiranía sin brújula que solo sirve para alimentar el ego de su portador.

El Trágico Epílogo de la Adolescencia Fantasiosa

Los que no votamos por Petro ya sabíamos cómo era el personaje y cómo podría involucionar con el poder en la cabeza. Pero este último año de mandato se perfila como el peor de este siglo para el país.

Empezamos el ciclo con el trágico y absurdo homicidio de Miguel Uribe Turbay, y el guion setentero avanza con el aumento permisivo de los crímenes de las guerrillas. Como no puede faltar en su adolescencia fantasiosa en la que revive el presidente, hay que luchar contra el imperio yanqui y su "hermano menor", Israel. El país vive bajo la narrativa de un hombre que se niega a habitar el presente, atrapado en su propia ficción.

El problema de fondo no es Petro. El problema es la debilidad de nuestra arquitectura de poder. Tenemos por Constitución un reyezuelo cada cuatro años, que concentra demasiado poder y centraliza el aparato estatal en el Palacio de Nariño. Petro nos ha mostrado la fragilidad de este diseño.

Arcadio fue fusilado, poniendo fin a su demencia y a la tiranía en Macondo. El destino de Petro, por fortuna, lo decidirán las urnas y el marco institucional, aunque este último parezca temblar bajo el peso de un poder destinado a la arbitrariedad cuando cae en manos equivocadas. Es hora de dejar de ver al coronel Aureliano y empezar a reconocer al Arcadio que, pistola en mano, busca imponer su voluntad a costa de la ley y la sensatez.

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