Por Eduardo Mackenzie
Decir, por ejemplo, que Iván Cepeda Castro, es un “filósofo”, es eso: redactar informaciones sin hacer el menor esfuerzo por captar la realidad de la persona objeto del artículo, y sí reproduciendo, en cambio, sólo lo que dice el comunicado de prensa del interesado.
¿El título de “filósofo” se le puede atribuir a alguien que jamás ha escrito una sola frase, ni un párrafo, ni mucho menos un artículo, ni un libro de filosofía? ¿A alguien que no lleva, siquiera, una vida de filósofo? Pues el filósofo es alguien que trabaja intelectualmente la filosofía y vive en filosofía.
¿Es alguien filósofo por haber pasado por una facultad de filosofía? Iván Cepeda dice en su CV que estudió filosofía en una universidad de Bulgaria, en plena Guerra Fría, cuando ese país estaba bajo la bota de la URSS y en sus universidades enseñaban que el ideal del comunismo es establecer en todo el mundo la “dictadura del proletariado”.
Filósofo es aquel que consagra su existencia a la búsqueda del saber, de la verdad y por extensión, que lleva una vida acorde con esa actividad. Es alguien que se interesa por conocer la naturaleza de las cosas, más allá del fenómeno de éstas, de la apariencia y de la ideología. Iván Cepeda es un activista político al servicio de una causa muy poco filosófica: el comunismo marxista, cuya piedra angular es el uso de la violencia para alcanzar sus desastrosos objetivos.
Es verdad que el origen remoto de la raíz philos se ha perdido, pero es cierto que en la obra de Homero ésta aparece como un adjetivo que designa a la persona que aspira a acercarse al saber, a la ciencia, a la cultura metódica. El latín retomó del griego la raíz philos y el término que resulta de componer philos con la raíz sophos (sabio, prudente, hábil). Hoy los adjetivos filósofo y filosófico, que suelen también substantivarse en ciertas circunstancias, y sus múltiples derivaciones, sobreviven en el griego moderno y en numerosas lenguas europeas, como el español.
En el latín medieval, filósofo designaba a los que cultivaban la ciencia y la sabiduría moral, y su más convincente prototipo fue Aristóteles. Tres años antes de su muerte, Descartes, en su obra Meditaciones metafísicas, de 1647, escribió: “Toda la filosofía es como un árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física, y las ramas que salen de ese tronco son todas las otras ciencias que se reducen a tres principales, a saber, la medicina, la mecánica y la moral”.
¿Por qué atribuirle entonces a Iván Cepeda la calificación tan preciosa de “filósofo”? Nada en su vida indica que él haya sido o que sea un filósofo. Sin embargo, ese apelativo lo veo en estos días, sobre todo después de que el senador que compitió con la exministra Carolina Corcho por la candidatura presidencial de no sé qué facción extremista que aspira a continuar la obra devastadora del ser social colombiano, y que promete, triturando la lógica, “mantener viva la agenda de la ‘paz total’ de Gustavo Petro y de impulsar una Colombia reconciliada tras décadas de violencia”.
En los artículos complacientes que le dedican a Iván Cepeda, incluso en la prensa que parecía protectora de la libertad, ha desaparecido toda fórmula que pudiera indicarle al lector cual es la verdadera creencia política del citado senador. Pues en lugar de escribir “el senador comunista Iván Cepeda Castro”, muchos ahora, guiados por la hoja de vida del personaje, reproducen la frase convenida: “el senador Cepeda”, es decir alguien sin compromiso político. No dicen si es liberal, conservador, anarquista, comunista, wokista o petrista, aunque toda la clase política conoce la trayectoria comunista de 40 años del senador. En lugar de ese adjetivo nos lanzan la gran primicia de que él es un “filósofo”.
La mayor audacia a la que llegan algunos es a escribir que el senador es “izquierdista”, lo que es un error. El término “comunismo” no es un sinónimo de aquello. Ese calificativo vago es ofrecido subliminalmente como sinónimo de “humanismo”. El adjetivo “izquierdista” puede acomodarse en muchas salsas: hay católicos de izquierda, conservadores de izquierda, ecologistas de izquierda y liberales de izquierda. El comunismo es como el nazismo de Hitler, un sistema político cerrado y de dictadura inconfundible. No es un izquierdismo. Lenin veía el comunismo como una ideología aparte y al izquierdismo como una amenaza, como una “enfermedad infantil” que debía ser erradicada. El comunismo no es un humanismo.
Voltaire, en su Diccionario filosófico escribió: “Filósofo, amante de la sabiduría, es decir de la verdad. Todos los filósofos tuvieron ese doble carácter, no hay uno solo en la antigüedad que no haya dado ejemplo de virtud a los hombres y lecciones de verdades morales. Todos ellos han podido equivocarse sobre la física, pero ella es tan poco necesaria a la conducta de la vida que los filósofos no necesitaban de ella. Se necesitaron siglos para conocer una parte de las leyes de la naturaleza. Un día basta a un sabio para conocer los deberes del hombre”. Queridos colegas, antes de darle a alguien el apelativo de “filósofo” piensen dos veces, y diez si ese alguien es un comunista.
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