Por Jaime Restrepo Vásquez
Para muchos colombianos, el Premio Nobel de la Paz había perdido toda credibilidad después del disparate de adjudicarlo, en 2016, a Juan Manuel Santos por sus inútiles esfuerzos para poner fin al conflicto armado en Colombia.
Los hechos posteriores, la crisis que vivimos hoy, la sangre derramada de policías y soldados y la intensificación de la guerra en nuestro país, cuya génesis son los mendaces esfuerzos de Santos, demuestran la equivocación monumental cometida por el Comité Noruego del Nobel.
Han pasado nueve años y la reciente decisión de otorgarle el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado restituye, por lo menos en parte, la credibilidad en ese galardón.
En el panorama latinoamericano no se observa a una figura que merezca más ese Premio, pues María Corina es una colección particular y destacada de acciones, valores y principios que son ejemplo para estas sociedades corruptas y desmoralizadas que están sometidas al bombardeo del relativismo extremo en el que se llama bueno a lo malo y le adjudican el liderazgo a cualquier charlatán psicópata —como Petro y sus esbirros—.
La valentía de Machado, además de su inteligencia y astucia, para defender sus ideas y enfrentar a una narcodictadura salvaje como la chavista, la hicieron merecedora indiscutible de ese reconocimiento internacional.
Pero hay algo mucho más importante: María Corina Machado nunca se ha traicionado a sí misma, ni ha sido una veleta que se acomoda al vaivén de los hechos. Algunos lo podrían llamar coherencia, pero en realidad, la ganadora del Premio Nobel de la Paz es sinónimo de integridad.
De igual forma, el hecho de que resulten difíciles las condiciones de seguridad para que ella reciba el galardón, pone los reflectores en los atropellos salvajes que comete la tiranía narcocomunista en Venezuela. De hecho, la adjudicación del Nobel a Machado es un mensaje contundente de respaldo internacional a sus esfuerzos para que los venezolanos retornen a la democracia.
Asimismo, el Nobel de María Corina es un durísimo golpe de realidad para Petro, pues le demuestra, una vez más, que eso de que es un líder mundial es solo parte del libreto propagandístico de los desesperados influenciadores con moral tercerizada del petrismo para tratar de ocultar que su «líder mesiánico» solo puede ser considerado como un bufón bananero que carece de formación, información, ética y propósito y se vanagloria de sus carencias ante el mundo.
Seguramente aquel pronunciamiento en el que se atribuyó, como por arte de birlibirloque, la posible paz en el Oriente Medio, fue el recurso de última hora que utilizó para tratar de apoderarse del Premio, y obviamente, del millón de dólares que viene con el galardón.
De otro lado, el Nobel de la Paz a María Corina Machado trae implícitas dos posiciones contundentes: la primera es que evidencia un alineamiento del mundo en contra de la tiranía que han impuesto los hijos de Fidel Castro en esta región del planeta. Además, plantea un rechazo contundente a las prácticas cotidianas de esos regímenes de pasarse las normas por el forro, romper con el tejido social de sus naciones y perseguir, con ferocidad inusitada, a todo aquel que cuestione o denuncie al hampa en el poder.
Petro no solo perdió el Nobel. También recibió un duro mensaje: al querer imponer el comunismo de Stalin y salir como un lunático a apoyar a Hamas y al Cartel de los Soles, se ubicó en el lado incorrecto de la historia, un rincón oscuro y frío en el cual, el ostracismo está tocando a su puerta con fuerza.
Faltan 302 días para que Petro entre a un rincón oscuro y frío de la historia, mientras observa, con envidia y resentimiento, como los verdaderos líderes al estilo de María Corina Machado brillan con furor en el concierto internacional.
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