Por Jaime Restrepo Vásquez
Nada más peligroso que un poderoso que vive en una burbuja, ajeno a todo lo que pasa en su entorno, solitario en medio de sus disquisiciones, abandonado por propios y extraños, pero infinitamente inflado por la vanidad del poder.
Por más intentos de diagnóstico que se hagan en torno a la salud mental y emocional de Petro, la realidad es que tal esfuerzo resulta inútil, pues lo que se debe analizar, y enfrentar, son los hechos de la perturbación extrema del presidente.
Los últimos meses del desgobierno actual serán tumultuosos y muy peligrosos. Él es una fiera acorralada que está recurriendo a las salidas violentas para tratar de cumplir con el sueño de ser recordado, así sea como mártir. Lo anterior explica su intemperancia y las provocaciones cada vez más agresivas y delirantes contra el gobierno norteamericano, ya que Petro es un tipo estancado en el pasado y, por consiguiente, fiel creyente de que sus bravuconadas podrían desembocar en una intervención de la CIA para asesinarlo. Es el libreto comunista por excelencia.
A esa posibilidad, errónea por demás, le apunta Petro: a pasar a la historia como Allende, no por el desastre que esparció por toda Colombia sino como el mártir del comunismo latinoamericano. Es lo mismo que pasa con el chileno, a quien recuerdan por el 11 de septiembre de 1973 y no por la crisis que generó en el país austral.
Como esa jugada es incierta, Petro le apuesta a una segunda posibilidad: amenazar con romper la institucionalidad, la democracia y la república con una asamblea constituyente que lleve a los militares a asesinarlo a través de un golpe de Estado, de tal manera que su nombre sea recordado como el buen pobre cuya vida fue segada por el establecimiento que le impidió implantar el régimen que tanto anhelaba ese mártir para Colombia.
En términos concretos: Petro se está jugando sus restos en convertirse en víctima propiciatoria, pues si alguien se atreve a matarlo, la historia no lo juzgará por su ineptitud como mandatario, ni por la corrupción galopante en su gobierno, ni por sus vínculos probados con el narcotráfico, sino que se concentrará en sus desvaríos incomprendidos y en el martirio al que se sometió en defensa de esa religión demoniaca que es el comunismo.
Petro sueña que sus monólogos majaderos se conviertan en objeto de estudio y que algún día se establezca la cátedra del pensamiento Petro en todas las facultades de humanidades del mundo. De esa magnitud es el delirio presidencial, enajenado completamente por el poder que ostenta, el mismo que buscó desde su más tierna infancia.
Ciertamente cada día Petro deja ver al sujeto perturbado por esa mezcla de poder y sumisión de sus lacayos. Dicha mezcla lo apartó completamente de la realidad y en esa delirante visión de su inexistente grandeza se está llevando consigo a 50 millones de almas al infierno en el que habita desde tiempo atrás con sus propios demonios.
Cualquier cosa puede pasar antes del 7 de agosto de 2026: desde un autogolpe hasta la concreción de una insurrección de apariencia popular que presione la convocatoria ilegal e ilegítima de una constituyente, pasando por un levantamiento militar o civil que desemboque en un golpe de Estado que acabe con el actual gobierno. Además, tampoco se puede descartar alguna acción estadounidense, pues a pesar de las diferencias garrafales entre Trump y Petro, al final es, sobre todo, una disputa de egos que puede terminar de cualquier forma.
La defensa de Colombia debe estar en alerta, pero sin desesperos ni osadías. A Petro no se le puede conceder, bajo ninguna circunstancia, que cumpla con su anhelo de ser un mártir. Al contrario: hay que permitir que se siga enredando en su soga, que sus hechos sean los insumos para el juicio de la historia y que se convierta en el paradigma por excelencia de todo lo que no debe ser ni hacer un presidente no solo de Colombia sino del mundo.
De seguro, Petro será conocido por su incapacidad, ineptitud y enajenación e incluso —concedámosle eso— será recordado como el peor gobernante en la historia de Latinoamérica, sobrepasando de lejos a nefastos sujetos como Pedro Castillo, Hugo Chávez, Cristina de Kirshner, Nicolás Maduro, Fernando Lugo y muchos más. Ese premio, admitámoslo, se lo llevará Petro con sobrados méritos.
Vivimos los tiempos más peligrosos en la historia republicana: ni Escobar, ni las FARC, ni alguno de los factores más terribles del pasado se pueden comparar con la amenaza que hoy enfrentamos los colombianos.

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