Por Saúl Hernández Bolívar
Al comunismo se le atribuyen 100 millones de muertos en el siglo XX. Es la mayor máquina de matar de la historia humana. A esa conclusión llegan numerosos estudios como el del historiador francés Stephane Courtois, editor de El libro negro del comunismo, en el que una decena de expertos analizan su deriva criminal en poco más de un siglo.
La izquierda acalla a las voces incómodas. Antes de Charlie Kirk, acabaron con líderes como Shinzo Abe, Fernando Villavicencio y Miguel Uribe. Lo intentaron con Fernando Londoño Hoyos, en 2012; Jair Bolsonaro, en 2018; Robert Fico (primer ministro de Eslovaquia), en 2024, y hasta con Donald Trump, tiroteado en un mitin de campaña el año anterior. A ellos hay que sumarles varias víctimas de persecución judicial, como el mismo Bolsonaro, en Brasil, y Álvaro Uribe, en Colombia, así como de una persecución mediática de la que son víctimas Nayib Bukele, Javier Milei y Georgia Meloni.
En esta confrontación por la libertad y el progreso, la izquierda lleva la delantera porque mientras Occidente se dedicó al ascenso del hombre —a mejorar, a avanzar, a prosperar—, la izquierda se ha encarnizado en la ejecución de una guerra cultural impuesta bajo los razonamientos del italiano Antonio Gramsci; una guerra que se ampara falsamente en postulados éticos, en la justicia social para los pobres, en el ideario ‘progresista’, en un supuesto humanismo que se ha aprovechado de la inocencia de muchos incautos.
Pero la izquierda, en realidad, lo único que hace es instrumentalizar esos conceptos para encubrir sus verdaderos propósitos: deconstruir las bases de la civilización occidental. Combate el cristianismo, doctrina religiosa bajo la que se desarrolló Occidente; el capitalismo, paradigma económico que catapultó el bienestar colectivo; la democracia, el mejor modelo de gobierno que se ha ensayado hasta nuestros días, y la familia, fuente de los mejores valores que nos identifican.
En desmedro, hoy la izquierda se vale de la ideología woke con la que le han lavado el cerebro a un amplio porcentaje de las nuevas generaciones, engendrando un odio desmedido a todo lo que represente un pasado hegemónico al que se le pueda echar culpas por todo lo malo que haya sucedido, que suceda en la actualidad o que esté por venir.
Un falso revisionismo histórico porque se tumban estatuas con criterios absurdos pero se sigue adorando la momia de Lenin y la imagen del Che. Se persigue al cristianismo y se queman iglesias por doquier, pero se tolera el trato brutal que el islam instiga hacia la mujer.
El wokismo pretende que nos demos golpes de pecho por ser blancos supremacistas que esclavizaron por siglos a los negros y crearon verdaderos emporios económicos explotando la mano de obra barata del esclavo africano. Sin embargo, en la historia humana siempre ha existido la esclavitud, no solo de negros. Roma esclavizaba individuos de cualquier raza, de los pueblos que conquistaba, y los mismos africanos vendían como esclavos a sus enemigos.
Tampoco es cierto que los españoles vinieran a matar a todos los indios y que estos vivieran en una situación idílica antes de la llegada de Colón. La verdad es que en tiempos precolombinos abundaban las guerras entre pueblos indígenas y los actos de salvajismo y bestialidad como la antropofagia y los sacrificios rituales. La evangelización acabó la barbarie.
Con base en mentiras no se puede refundar una civilización. No se hace el bien aceptando en la escuela de Medicina a un individuo solo por ser negro a pesar de que no tiene las calificaciones mínimas para su ingreso. El sufrimiento de sus antepasados no le otorga ningún mérito para tratar de convertirlo en algo para lo cual carece de aptitudes; nadie quisiera que lo opere un cirujano woke.
No se hace justicia tampoco implementando políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) tan solo por llenar cuotas, o teniendo paridad entre hombres y mujeres en corporaciones públicas o en en juntas directivas cuando, de paso, las mujeres son atropelladas poniéndolas a competir en deportes con hombres que se ‘autoperciben’ como mujeres y se imponen en las justas. O cuando las leyes de cuotas son vulneradas por ministros homosexuales que se consideran de género “fluido” y pueden fungir como hombre o como mujer, quitándole el puesto a una dama.
No hay ninguna justicia ni humanidad en convertir el lenguaje en un campo minado de eufemismos por el hecho de que todo lo que ha sido usual se considere peyorativo. Así, hemos llegado a que no se puede decir ‘negro’ sino ‘afrodescendiente’; no se dice ‘primera dama’ sino ‘gestora social’; no se dice ‘ciego’ sino ‘invidente’. Y lo peor es que con estos rodeos del lenguaje se pretende cambiar la realidad: en los paraolímpicos abundan los atletas que no pudiendo ganar en el nivel normal, crean sus propias categorías de discapacidad aunque a simple vista estén más sanos que un roble. Como un paraatleta ciego que compite de la mano de un guía pero al terminar se va para la casa manejando su propio carro: pobre ‘invidente’.
Y alrededor de estas osadías, la izquierda ha sentenciado que cualquier crítica a esta adulteración de la verdad no es más que odio, al que quieren combatir a tiros, como hicieron con Charlie Kirk. Porque él estaba dedicado a decir verdades como esa de que por más que un hombre se ponga falda y se maquille, cada una de sus células seguirá teniendo cromosomas XY y, por tanto, seguirá siendo un hombre y no una mujer. O que el islam no es una religión compatible con Occidente, y que no se puede permitir, en Europa o en EE. UU. una migración tal que destruya sus culturas.
Cómo estará de enferma la izquierda que cientos de psicópatas celebraron en las redes la muerte de Charlie King de la misma manera que muchos celebraron aquí la de Miguel Uribe Turbay. A las gentes de bien ni se nos ocurrió en su momento festejar el deceso del monstruo ‘Tirofijo’ o el del ‘Mono Jojoy’, aunque expresáramos sí, cierto alivio. Pero es que la izquierda mata, es la ideología de la muerte y, al igual que con todo lo demás, también tuerce el significado de su filosofía, porque lo suyo es volver atrás, convertirnos a todos en seres primitivos aunque a eso lo llamen “progresismo”.
@SaulHernandezB
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