LA COCINA PRESIDENCIAL


Por Jaime Restrepo Vásquez

El lamentable espectáculo que ofrece a diario la Casa de Nariño parece un culebrón salido de mentes calenturientas como la del bachiller Gustavo Bolívar, quien hay que admitirlo, de su paso por el gobierno pudo haber recogido material suficiente como para escribir varias de las baratijas a las que tiene acostumbrado a su público.

La trama con la que Petro y sus compinches mantienen cautivos a los incautos adoctrinados tiene de todo: intrigas, traiciones, romances homosexuales, corrupción, infidelidades y mucha, pero mucha brutalidad.

Con honradez, muchos nos preguntamos si semejante espectáculo patético puede hacer sentir orgulloso a alguien, salvo que esté tan enfermo del alma al padecer de hibristofilia como para pensar que en aras de una libertad entendida como libertinaje, los ciudadanos estaríamos en la obligación de normalizar las aberraciones, el robo, el chantaje, la mediocridad galopante y el ocultamiento deliberado de información sensible.

El relato petrista es tan básico, tan pueril y burdo, que simplemente cautiva a las mentes débiles e ignorantes. De hecho, son millones de colombianos los que esperan a diario el nuevo «capítulo» de ese bodrio que tiene la ventaja de cambiar el protagonismo de los personajes con una versatilidad sorprendente.

Los reflectores han estado sobre Benedetti, Laura Sarabia y Luis Carlos Reyes, más allá del protagonista indiscutible que cree ser presidente. Sin embargo, recientemente la trama ubicó al desagradable mentecato Alfredo Saade como protagonista al salir como loco a lanzar acusaciones y pullas contra tirios y troyanos.

Pero no hay que confundirse. En el fondo, toda esa trama corresponde a una estrategia bien elaborada de distraer al vulgo con emociones y pasiones desbordadas. Mientras tanto, siguen las masacres, el reclutamiento forzado, el secuestro de policías y militares, las bombas, las amenazas contra líderes opositores, las falsedades en las cifras y datos oficiales y la huida despavorida de capitales e inversionistas.

Ni hablar de lo que conocimos como seguridad, pues las calles, en buena parte del país, son sinónimo de incertidumbre para los ciudadanos, ya que no saben si regresarán a sus casas sanos, salvos y con sus pertenencias o si en el camino encontrarán a algún codicioso que quiera hacerse el día con un celular, con una billetera o con la vida del infortunado.

Mientras el culebrón sigue, el gobierno colombiano juega con la soberanía en la frontera colombo venezolana a cuya dictadura le entregó, en la práctica, el control territorial de zonas cruciales como el Catatumbo y La Guajira. Lo mismo puede pasar en los límites entre Colombia y Brasil, zona en la que Lula ya posó su mirada codiciosa al proponer la coordinación de operaciones para combatir —igual que lo hace nuestro país con Venezuela— a las redes criminales transnacionales.

Además, los grupos narcoterroristas crecen a un ritmo demoledor, algunos oficiando como grupos paramilitares del petrismo —como pasa con la Segunda Marquetalia— o como aliados estratégicos como el ELN y el Clan del Golfo. Eso sin contar con el surgimiento de nuevas bandas narcocriminales como está ocurriendo en el departamento de Nariño.

Es hora de hacer el mapa del desastre, porque además de diagnósticos, la nación necesita conocer lo que se va a hacer y cómo y cuándo se van a emprender las acciones para reconstruir los girones que dejará Gustavo Petro.

¡Que Petro y Benedetti se maten en la Casa de Nariño! ¡Que el pichón corrupto de Juliana Guerrero siga manejando el país como se le ocurra! Contra semejantes vejámenes, los colombianos no podemos hacer mayor cosa. Pero lo que sí necesitamos es pensar a Colombia después del tifón Petro, dejando en el pasado la quejumbre y estructurando un plan serio de reconstrucción.

Recordemos que, en 2002, Colombia era un estado fallido —como hoy— y en solo cuatro años volvió la esperanza, la seguridad y el progreso para millones. Más que debates insulsos, requerimos planes a corto, mediano y largo plazo para salir de las tinieblas en las que nos sumergió Gustavo Petro. ¡Que ellos sigan con su circo y que entretengan a los idiotas que todavía les creen!

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