Por Mauricio Morales Moreno (Politólogo)
Al
cumplirse tres años de administración del criminal gobierno de Gustavo Petro,
éste ya puede ser suficientemente diagnosticado y calificado a partir de su
psique, y quedó claro que no es un accidente en la historia de Colombia, sino
el reflejo político de un sector de la sociedad que piensa así, que ha
normalizado la ilegalidad, la inmoralidad, la mediocridad, la irresponsabilidad
y la falta de ética laboral.
Así
como hay empleados en nuestras empresas e instituciones colombianas que llegan
tarde, hacen lo mínimo indispensable, critican a quienes sí trabajan y esperan
que el Estado o sus compañeros carguen con sus obligaciones, este gobierno
opera bajo la misma lógica: promete mucho, cumple poco, y siempre tiene un
culpable a quien señalar cuando las cosas salen mal.
La
cultura delincuencial y del mínimo esfuerzo y su representación en el gobierno,
son el reflejo de lo que ocurre en nuestros entornos laborales, de todos es
sabido que existe un tipo de trabajador que evade responsabilidades, incumple
horarios, se dedica más a sabotear que a contribuir, e incluso que no pierde la
oportunidad de cometer un robo dentro de la empresa.
Son
aquellos que no tienen escrúpulos, que ven el trabajo como un castigo, que
envidian al que progresa y que, en lugar de mejorar, prefieren arrastrar a los
demás hacia su nivel de mediocridad. Este mismo perfil se ha instalado en el
poder ejecutivo con Petro: un gobierno que desprecia la productividad, que
habla de "transformaciones" pero no tiene capacidad de ejecución, y
que culpa a los gobiernos anteriores, a la "oligarquía" o a factores
externos de su propia incompetencia.
El paralelo
es claro: así como el empleado flojo justifica su bajo rendimiento diciendo que
"el jefe no lo valora" o que "el sistema está en su
contra", el gobierno petrista culpa a terceros de su fracaso en seguridad,
economía y orden público. No asume responsabilidades, solo reparte
excusas.
Este
es el modelo de la envidia como motor
político, y es que realmente hay un sector de la sociedad colombiana que no
aspira a progresar con esfuerzo, sino a trampear, y a lograr la prosperidad impidiendo
con medios inmorales a que nadie más la alcance. Es la mentalidad del "si
yo no tengo, que tampoco tengan ellos".
Éste
es, en su más abyecta expresión el Narco-Petrismo o si lo prefiere, el PetroQuinterismo
y CastroChavismo impúdico, ésta es la casta de bandidos al poder, es la envidia
social total, disfrazada de "lucha de clases", la cual ha sido
explotada por Petro para ganar un apoyo que a su vez es preocupantemente
cuantioso y “popular”. Lo cual significa que tenemos demasiadas lacras
sociales. Su discurso no invita a crear riqueza, sino a repartir por la fuerza la
existente; que nunca promoverá al mérito, sino al resentimiento.
De
la misma manera que en las oficinas hay empleados que desprecian al compañero
puntual, eficiente o ambicioso, tachándolo de "lamebotas" o
"explotado", el gobierno de Petro estigmatiza a quienes generan
empleo, invierten o exigen resultados. Su gestión no premia el esfuerzo y la
brillantez, sino la lealtad ideológica, igual que en esos entornos laborales
tóxicos donde no se asciende por capacidad, sino por corrupción y concierto
para delinquir y conspirar.
Nuestras
empresas colombianas sufren por empleados que no siguen procesos, que
improvisan y que creen que las normas son "formas innecesarias". Petro, cómplice de la corrupción, ha replicado
este caos en su gobierno: Permite robos multimillonarios, nombra ministros sin
experiencia, cambia políticas de un día para otro y anuncia reformas sin
planificación. Es el mismo desorden inmoralizante que lleva a un trabajador a
robar, a incumplir plazos, a dejar proyectos a medias y después quejarse de que
"nada funciona".
Además,
así como el empleado mediocre se ausenta antes de hora o hace
"trampa" para simular que trabaja, el gobierno petrista se
especializa en propaganda y cifras maquilladas: anuncia logros que no existen,
como reducciones de pobreza que no se sienten en la calle, o acuerdos de paz
que solo aumentan la violencia.
Lo
más grave de esta psique gobiernista es que es un modelo que siembra
resentimiento y violencia extrema, aparte del desorden administrativo,
descomposición institucional y falta de
disciplina social.
No
es de extrañar entonces, que quien siempre fue pulcro, e hizo las cosas bien, una
mente informada, brillante, coherente, ejecutiva, laboriosa, sabia, amante del
país y absolutamente competente, como la de Miguel Uribe Turbay, haya terminado
siendo declarada como la enemiga pública número uno por este gobierno,
sembrando un odio enfermizo contra ella y su ascendente familiar, desembocando
nuevamente, en una tragedia magnicida nacional.
¿Cómo
llegó esta mentalidad satánica al poder? Colombia tiene un problema cultural:
una parte de su población desde hace mucho normalizó la viveza, el atajo y el
conformismo gente que prefiere un subsidio antes que un empleo, que defiende al
corrupto "porque es de los nuestros", y que cree que el Estado debe
resolverle la vida sin exigirle nada a cambio. Petro es la encarnación política
de esa mentalidad.
Su
ascenso no fue casual: encontró eco en quienes tienen el alma negra, que rechazan
los valores de la disciplina, el ahorro y la meritocracia.
Claramente
desde su mentalidad este es el “gobierno de los peores”, una completa “bandido-cracia”,
y no ha sido más que la ampliación a escala nacional de los peores vicios de
una parte de la sociedad colombiana: La trampa, el saqueo, la vileza, la pereza,
la envidia, el desorden y la incapacidad. Mientras en las empresas estos
individuos generan pérdidas y mal ambiente, en el poder destruyen a un país entero.
La única diferencia es que en el mundo laboral, tarde o temprano al bandido y
vago lo despiden; pero en la política, el costo lo pagamos todos.
Más
vale que en la sociedad colombiana se haga valer el dicho de que los buenos sí
somos más, para que algún día, el país aproveche la oportunidad, de por fin tener
al mando al “gobierno de los mejores”.
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