PETRISTAS RASOS: LAS BARRAS BRAVAS DE LA POLÍTICA NACIONAL

 Por Jaime Restrepo Vásquez

 
El repunte de Petro en las encuestas resulta indescifrable para los ciudadanos. ¿Cómo es
posible que el capo de la corrupción estatal, el adicto, el despistado y disparatado
gobernante logre subir en los sondeos de opinión?
 
Aventurémonos con algunas explicaciones sobre el fenómeno. La primera es de Perogrullo:
durante años, las huestes petristas fueron inoculadas con el virus del odio y del
resentimiento y ven a Petro como la respuesta para sus dolencias.
 
A esas huestes no les importa que estén robándose el erario, ni el derroche obsceno de
recursos en marchas, tamales y compra de votos en todo el país. Tampoco las conmueven
los escándalos de corrupción, no por falta de inteligencia, sino porque el relato de la
oligarquía tramposa contra la pobre víctima de Petro ha calado profundamente en su
esquema mental.
 
Para ellos, todas las evidencias son montajes, «fake news» que difunden los medios y los
periodistas de la oligarquía esclavista. Ahí, ningún argumento, evidencia o dato puede
sacarlos de su error.
 
Paralelamente, el victimismo de Petro lleva a sus huestes a cerrar filas en torno a su líder,
pues no van a permitir que esas fuerzas nefastas de la «derecha» les quite el poder que
sienten como propio, aunque hoy pasen más necesidades y dificultades que antes.
 
Así, lo que Petro está moviendo en el electorado es la lástima, aprovechándola al punto de
privilegiarla muy por encima de los escándalos, la ineptitud y la falta de criterio para
gobernar a Colombia. Qué el tipo sea adicto a las drogas o que se pierda en sus correrías
internacionales para consumir es, para ellos, algo entendible, pues muchos comparten la
adicción y encuentran en esa conducta un rasgo de identidad común con el poder actual.
 
Otro asunto que explica la remontada de Petro en las encuestas es que muchos de sus
más férreos electores son jóvenes que carecen de elementos culturales y formativos sobre
política. Ellos ven el asunto como un partido de fútbol en el que escogieron ser los hinchas
de Petro y están en la obligación de defenderlo ciegamente y atacar —agredir, violentar,
sepultar— a quienes ven como jugadores del equipo rival.
 
Por lo anterior, no les importa que Petro haya dejado vacío el fondo para pagarles un
salario mínimo a los practicantes del sector público. Tampoco los sacude la crisis del
ICETEX, o la crisis de la salud o la eliminación del programa Mi casa ya: esos son sapos
que hay que tragar en aras de defender a su «equipo» del alma.
 
De igual forma, la estrategia de dios también influye, pues el presidente está metido en la
cotidianidad de los votantes: desayunan oyendo hablar de Petro y luego, en el trabajo,
surge la conversación sobre el último disparate de Petro —los colombianos tenemos la
manía de querer aparentar que estamos muy bien informados—.
 
Al llegar a casa, el sujeto aparece en los televisores y así, la última imagen antes de ir a la
cama es la de Gustavo Petro. Es que el presidente está en todas partes, como si fuera un
dios venido a la tierra a redimir a sus huestes de la esclavitud a la que han sido sometidas
históricamente por la oligarquía opresora.  
 
Si a todo lo anterior le sumamos los ríos de recursos para aceitar maquinarias, comprar
consciencias y votos y repartir el presupuesto en salarios justamente para los que no
trabajan y no quieren aprender, el resultado final es un crecimiento en las encuestas como
el que disfruta Petro en este momento.
 
A punta de subsidios, de carreta y de ilegalidades, Petro avanza en su propósito de ser
reelegido, en cuerpo propio o ajeno, en 2026. Además, es muy grave la paraplejia social
que ya sembró en los sectores más vulnerables a punta de subsidios, esos que van a
defender a costa de lo que sea en las elecciones presidenciales del año entrante.
 
La dictadura comunista progresa rauda en Colombia, pues nadie parece capaz de contener
el enorme poder de masas que Petro ha delineado con paciencia y persistencia.

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