Por Jaime Restrepo Vásquez
Los burdos intentos del gobierno Petro por apoderarse de nuestros niños, son una de las demostraciones de los alcances totalitarios —delirios para mejor comprensión— de quienes ostentan el poder en Colombia.
En octubre del año pasado, el entonces superintendente de Salud Luis Carlos Leal promulgó una circular que despertó la indignación en toda Colombia. Se trataba de un documento en el que garantizaban el acceso a la salud de la población trans, pero con un enfoque poblacional dirigido a la infancia y adolescencia con esas características.
Así las cosas, el funcionario pretendía que los niños de tres años en adelante —sí, leyó bien, tres años—tuvieran garantizada la esterilización y la cirugía para la afirmación de género en niños trans. Como es lógico, las calles fueron la respuesta a esa barbaridad con un mensaje contundente: ¡con nuestros niños no se metan!
En su momento, Leal fue repudiado por el petrismo por las denuncias sobre la desviación de recursos de la salud a paraísos fiscales por parte varias EPS intervenidas y manejadas por el gobierno. Al parecer, Leal se redimió y ahora ostenta un cargo en el Ministerio de Salud.
Ese aterrizaje de Leal en la cartera que lidera el gamín de Guillermo Alfonso Jaramillo no parece casual. De hecho, las declaraciones del ministro sobre la patria potestad de los niños colombianos parecen más un pronunciamiento de Luis Carlos Leal que una ocurrencia del neurasténico Jaramillo.
Aunque poco importa la autoría de la ocurrencia. Lo fundamental es que el gobierno Petro continúa con los intentos autoritarios de usurpar la determinación de los padres sobre sus hijos, como si el Estado —esa maravilla que solo funciona en las mentes reprobadas de la progresía— fuera capaz de tomar mejores decisiones sobre la vida, el bienestar y el porvenir de nuestros niños.
¿En qué cabeza retorcida y sórdida cabe que un niño de tres años, o uno de 13 o 14, puede tomar decisiones trascendentales que impactarán toda su vida? Es entendible que existan padres de familia que son incapaces irredentos, pero de ahí a pensar que el «dios» Estado puede determinar mejor el presente y el porvenir de nuestros menores, por encima de los progenitores, es un absurdo que los colombianos no estamos dispuestos a permitir.
Ni siquiera en la oscuridad del feudalismo quien ostentaba el señorío tenía el control de los hijos de los vasallos. Pero esos son asuntos menores para un tipo siniestro y retorcido como el ministro Jaramillo, quien se mete con los niños colombianos para desviar la atención de las arbitrariedades cometidas por su mujer en la Superintendencia de Salud.
En un gobierno experto en corrupción y en cortinas de humo, los niños parecen ser el nuevo escenario de combate para disimular o esconder las tropelías de los funcionarios, el nepotismo grosero y el enseñoramiento de carangas resucitadas como Beatriz Gómez —la mujer del gamín Jaramillo— que hoy tiene su cuarto de hora para pisotear a quien se atreva a contradecirla.
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