EL MINISTRO INCÓMODO

 Por Jaime Restrepo Vásquez

Posiblemente algunos me dirán que podría usar el plural en el título de la columna: los ministros incómodos. Sin embargo, la salida de Diego Guevara del Ministerio de Hacienda confirma que a Petro no le interesa contar con gente eficiente ni técnica en su gabinete.

Los hechos demuestran que a Petro solo le gusta tener focas serviles a su alrededor, gente dispuesta a ser notaria de las elucubraciones presidenciales y, sobre todo, pusilánimes que le digan sí a todo sin confrontar, sin cuestionar y mucho menos oponerse.

Diego Guevara no concibió el ministerio como la caja menor del derroche ideologizado de Petro. Se sabe que se opuso con entereza a varias tropelías del mediocre economista —las notas que Gustavo Francisco obtuvo en la universidad no le hubiesen alcanzado ni para tesorero de una junta de acción comunal— quien pretende saberlo todo y se cree muy astuto y osado para volver trizas el modelo económico colombiano.

De hecho, el ahora exministro Guevara intentó manejar la cartera de Hacienda con rigor técnico, algo que en el gobierno Petro es una herejía, un despropósito que no tiene cabida en la improvisación dogmática, en el fanatismo ideológico y en la insuficiencia de gestión que son los factores comunes de la debacle gubernamental de Petro.

En otras palabras, aquel que priorice el rigor técnico sobre las ocurrencias presidenciales será objeto de una purga —término que le debe fascinar al autócrata marxista que cree gobernar— y además será condenado no solo al destierro sino a la eliminación moral liderada por Petro y secundada por sus bien pagadas bodegas que son las cajitas de resonancia del sátrapa en las redes sociales.

Así pasó con Alejandro Gaviria, con Cecilia López, con Luis Carlos Reyes y con José Antonio Ocampo. No solo salieron por la puerta de atrás: fueron sometidos al escarnio, al desprestigio y al ajusticiamiento por cuenta de Petro, quien en Twitter —ahora X— ejerce como un energúmeno sicario moral que descalifica, adjetiva, difama, amenaza e incluso calumnia a quienes se han opuesto a la autocracia con la que concibe el ejercicio de gobernar.

El resto corresponde a la difusión de los bodegueros petristas, muchos de ellos pagados por el gobierno con recursos del erario para ensalzar al autócrata y hacer alharaca con cualquier cosa, como pasó recientemente con la entrega de unas motos adquiridas por un ente territorial, lo que hicieron pasar como un gran logro de Petro.

Ninguno de los sometidos a la purga estalinista de Petro ha sido brillante en su gestión. Al contrario: son tecnócratas más bien livianos que han brillado gracias a la oscuridad intelectual, técnica y hasta humana de sus colegas en el gabinete. 

Y justamente ese brillo, más el hecho de contar con herramientas intelectuales y técnicas muy superiores a las del mandamás, les granjeó el desprecio de Petro. Un fascista como el «presidente» no solo concibe que todo esté dentro del Estado y nada por fuera del Estado: como él se cree la encarnación de ese Estado, no pueden estar a su lado funcionarios que opaquen el brillo que cree tener como «Estado» pues él tiene la última palabra y considera que lo sabe todo.

Además, la ansiedad que padece al saber que la nación tiene claro que un incompetente es el inquilino de la Casa de Nariño, más la corrupción rampante del gobierno, lo que desencadena escándalos al por mayor, lo llevan a sentirse como una bestia acorralada que solo tiene su lengua para azuzar a sus huestes de perfectos idiotas con la esperanza de que sean su guardia revolucionaria al estilo iraní. 

La economía no es el fuerte del economista Petro: tantos ministros de Hacienda como fusibles solo genera incertidumbre y pone en riesgo la estabilidad económica del país. Pero claro, eso es parte del chu, chu, chu del autócrata: ¡Demolerlo todo!  


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