INDIGNIDAD PRESIDENCIAL



Por Jaime Restrepo Vásquez

En la historia de Colombia, no se había visto a un presidente más bruto y hablantinoso que Gustavo Petro, superando de lejos al desvergonzado Samper, a Barco y su disglosia o al filósofo calentano Belisario. Al estilo de Chávez y de Castro —y eso que decían que el castrochavismo era una calumnia de la oposición—, Petro sale durante varias horas a pontificar sobre lo que sus delirios le hacen creer que son ideas profundas, cuando solo son disparates superficiales y sin hilo conductor.

La intencionalidad mental y emocional de Petro es un problema para Colombia. Todavía le queda un poco más de un año para terminar el periodo —si sus desvaríos no lo llevan a intentar una aventura totalitaria— y durante este tiempo puede hacer mucho más daño del que ha hecho.


Salir al aire, en cadena nacional, a mostrar que no es capaz de sumar 50 + 1 es patético. Dejar en evidencia el racismo supremacista que padece —como el psicópata narcisista que es— al señalar que ningún negro le viene a decir lo que no puede hacer como mandamás, es la demostración de la desesperación presidencial por el rotundo fracaso de su presunto gobierno.


En poco más de dos semanas, Petro suma a su cuenta de disparates la ignorancia sobre los protocolos diplomáticos con la realeza, la vaciada monumental de Macron y el torpe manejo que mostró en cuanto a las relaciones con los Estados Unidos.

Es que el síndrome de la Chimoltrufia en diplomacia es demoledor. Salir en Cali a señalar al secretario de Estado como coconspirador en un delirante golpe de Estado y luego enviar una carta sumisa y arrastrada con una retractación es algo que pasa factura en las relaciones internacionales y deja ver la poca seriedad con la que se manejan los asuntos de Estado en Colombia.

La diarrea verbal de Petro lo tiene contra las cuerdas en el ámbito internacional. Lo mismo sucede en el plano interno, pues sus diatribas disfrazadas de alocuciones son grotescos espectáculos en el circo de medio pelo en el que está convirtiendo a Colombia.

¿Cuál es el afán de Petro de incurrir en semejantes vergüenzas? La realidad es que la destrucción de la dignidad presidencial es parte de la estrategia de demolición institucional que emprendió el 7 de agosto de 2022. A un tipo como Petro, poco le importa hacer el ridículo aquí y allá. Lo que le interesa es arrasar con cualquier vestigio que quede de la era republicana en Colombia.

¡Petro está en plena ejecución de su delirante revolución! Además de destruir el sistema de salud no solo con la demora en los pagos de la UPC sino con la intervención de EPS cuyas cuentas, según Petro, no cuadran; al presidente le interesa que el Estado se robe literalmente el ahorro pensional de los colombianos.

Además, el debilitamiento asfixiante al que ha sometido a las Fuerzas Armadas, sus peleas constantes con el poder judicial, con el Congreso, con los medios de comunicación y con los empresarios, dejan al descubierto que esa «revolución» busca destruirlo todo para cimentar su trasnochada visión de un estado socialista.

Hasta el propio lamebotas de Alfredo Saade reconoció que Petro tiene el mismo proyecto «exitoso» de Chávez y de Maduro.


De igual forma, la cita de Marx en el disparatado consejo de ministros —reconociendo que al parecer lo único que ha leído con juicio es El capital— les confirma a los ingenuos que se indignan cuando se habla del comunista Petro, que esa es la misión que se impuso en la Presidencia: muy estúpidos quienes se dejaron convencer del maquillaje «progre» que escondía la realidad de una intentona comunista pura y dura.

Todo lo que hace Petro, sus disparates, sus apuntes de falsa superioridad moral, sus pésimos modales, sus aventuras sexuales en el vecindario y sus alocuciones interminables y absurdas forman parte de la «revolución petrista» que sueña con imponer en Colombia.

Todavía le queda un año para hacer realidad su anhelo febril. ¿Será capaz?

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